No importa cuantas veces haya ido a Kyôto siempre me parece poco. Creo que es porque se respira el espíritu antiguo de Japón y no importa que estés caminando en la cercanía de la macro estación de Kyôto o en las calles más nuevas. En el momento que empiezas a ver otra ciudad grande más cualquiera, a la vuelta de la esquina encuentras un tesoro antiguo en forma de jardín o de templo y eso te recuerda dónde estás.
Esta vez volví a aquellos sitios de la ciudad que creo que mejor representan el Japón tradicional y en el camino encontramos otras joyas, como siempre ocurre en este país. Cerca de Ikoi no ie, donde nos alojamos, está el templo Higashi Honganji (el del este), un complejo de templos enorme que es hermano del Nishi Honganji (el oeste) y del que se escindió en un momento en el que estaba tomando tal poder su secta que los dirigentes del momento decidieron dividirlo.
Este templo tiene una historia que estremece. El templo, que ha sufrido sucesivos incendios y reconstrucciones, en la reconstrucción que se realizó en la era Meiji las cuerdas convencionales se rompían a la hora de elevar los pesados pilares. Ante ello sus devotas enviaron pelo y se fabricó cuerdas hechas de ese pelo de sus creyentes. Fue así como se pudieron elevar los pilares y soportes y construir la estructura.
Muy cerca, y de camino a Sanjûsangendô está el jardín Shoseien. Este jardín era un anexo residencial al templo Honganji y se construyó bajo la bendición del shôgun a mediados del siglo XVII.
En las afueras de la ciudad hay un templo muy alargado que alberga 1000 Kannon (diosas de la piedad) armadas y talladas en ciprés japonés. Se trata de un sitio muy especial para el tiro con arco (Kyudo), existen leyendas sobre episodios celebrados allí con caballeros diestros en ese arte. Cuenta la historia que en este templo, en 1606 un arquero lanzó 100 flechas de las que 51 dieron en el blanco. En la actualidad se celebra cada año el segundo domingo de enero un evento en honor a aquella hazaña, los jóvenes en grupos de 12 tienen dos minutos para lanzar dos flechas. Esta competición se llama Ômato Taikai.
Y en frente, en una de esas casa en las que cuesta entrar, por el misterio que transmiten, se puede tomar un almuerzo refrescante en un salón japonés frente a un patio interior realmente bonito. Un lugar estupendo para recuperarse del calor.
En la falda de las montañas de Higashiyama está el templo Kiyomizudera. Lo más sobrecogedor de este sitio es su balcón, en lo alto, aguantado por un entramado de pilares y vigas. El tejado de su templo es muy humilde, muy sencillo pero por su tamaño se percibe como protege sin ostentaciones. Hay algo de este sitio que me encanta, y es que existe un dicho en japonés que cita este lugar para hablar de retos complicados: Kiyomizu no butai ni tobi oriru youna: (algo tan difícil) “como saltar del balcón de Kiyomizu”. ¿Quien no se ha sentido así al enfrentarse a algo complicado alguna vez? Para mí esa metáfora es de una precisión absoluta.
Los alrededores de Kiyomizu son la parte más paseada de la ciudad, y eso se nota en las muchísimas tiendas de artículos tradicionales que se suceden por sus calles.
En mi afición por el té verde investigando encontré este negocio llamado Tsuriji, la tienda y la cola de gente daban fé de las delicias del lugar. En la tienda conseguimos el matcha especial que buscábamos y algún té verde fresco de la temporada, además de degustar casi todo lo degustable hicimos cola y probamos lo que había que probar allí, un Matcha Parfait con todo lo que se le podía echar a esa delicia.
En el barrio de Gion nos cruzamos con una geisha.
El segundo día visitamos mi templo favorito, Ryôanji, también Kinkakuji y Ginkakuji. De cada uno de ellos he invitado a mi acompañante a escribir y ha empezado por Kinkakuji, que aparecerá por aquí en breve.