Los ideales de belleza suelen variar de un país a otro. La diferencia a veces es casi imperceptible para unos ojos ajenos pero hay casos en los que la diferencia se hace más patente por distintas razones. Cuando hablo de belleza me refiero a aquellos esquemas o principios que están en un lugar profundo y que tienen que ver con cómo se entiende el espacio, las proporciones, las texturas, los colores, la luz …
El estudio de la estética japonesa en el sentido en el que lo concebimos en occidente empezaría hace un par de siglos. Los principios que en los que se basa se componen de un conjunto de ideales muy antiguos que incluyen el «wabi» 詫び: la belleza efímera y desnuda o austera; el «sabi» 寂び: o gusto por la sobriedad y la quietud, la elegancia de la sencillez y el «yûgen» 幽玄 o belleza profunda, sutil. Estos principios mueven muchas de las normas en la estética y la cultura japonesa sobre lo que se considera de gusto o bello. Nuestra impresión cuando visitamos Japón es que el concepto de la estética allí es parte de la vida diaria, está ligado a cualquier gesto prácticamente. Es curioso que además la misma palabra que significa bonito (kirei – きれい) también signifique limpio, ya no sabe uno cual precede al otro, pero de ahí que vayan juntas y que cuando vean algo que no es bonito, quizá, y esto es una suposición, quizá estén viendo algo que tampoco es limpio.
Esta idea tradicional de la belleza y la estética en numerosas ocasiones, la mayoría, está influenciada por culturas contemporáneas de otros países, pero hay que decir que siempre bajo el filtro de la herencia japonesa. Lo que más admiración me despierta personalmente es la habilidad con la que trabajan la asimetría. Acostumbrada a pensar y ver en occidente que lo ordenado son los lados iguales, el espejo, la cuadrícula … Es un descubrimiento comprobar que la impronta de algo desigual, asimétrico o impar es armónica e incluso menos dura que esos cuadrados, esas esquinas que estamos acostumbrados a trazar para distribuir objetos, ventanas, bolsillos o lo que quiera que ordenemos. Eso, abre la mente a otros planteamientos, a dejar que las cosas ocupen un sitio con más libertad elevando su valor y su protagonismo a través de las formas y la imperfección buscada.