Estoy leyendo en este momento el libro «El Imperio de los Signos» de Rolan Barthes, uno de los intelectuales más interesantes del siglo XX. Barthes designa a Japón como el país de la escritura, y dice «leerlo» no visitarlo porque según dice «Tengo una enfermedad: veo el lenguaje». En cierto modo lo entiendo porque a mí me pasa algo parecido con la música, a veces puedo oler o ver las canciones de forma muy nítida, algo que parece una locura pero que creo que de algún modo a todos nos pasa con aquello con lo que conectamos especialmente.
En uno de los capítulos de su libro habla de «los paquetes». Por mucho que lo intente siempre tienen su sello en un pliegue poco usual, en un nudo asimétrico, en el juego con cintas, cuerda o con el cartón. Es un espectáculo verlos hacer pero también deshacerlos. Al final el paquete prácticamente es lo importante aunque sea lo que envuelve y sea lo «gratuito». Es una forma además de crear expectación y de retrasar el momento del descubrimiento de lo que hay en su interior.
Ese homenaje al paquete es una manera de ensalzar también lo que hay dentro que da igual que sea un objeto de lujo o unas galletas típicas de algún lugar turístico. Lo importante es enmarcarlo y señalar que grande o pequeño es valioso.