Si había un objetivo en este viaje este se llamaba Ryoanji, pertenecía a mi imaginario de adolescente fascinado desde que conocí su existencia. Como la expectativa era muy alta madrugamos para llegar y poder acceder sin demasiada saturación de público. Pues bien, era el fin de semana en que los escolares viajan en Japón y visitan sitios como este. Según llegamos un número importante de autobuses custodiaban el templo y nuestra estancia en tan especial lugar se vio asediada por verdaderos ejércitos de escolares. Los taurinos hablan de “día de expectación, día de decepción”. Y un poco esa sensación tuvimos inicialmente, pero intentando escuchar un poco, me di cuenta de que todos los escolares según entraban contaban el número de piedras en perfecto japonés, pues les habían dicho que había 15, pero solo se podían ver 14 a la vez desde un mismo punto de vista, y claro esa cantinela configuró una especie de oración, cancioncilla o mantra que quizás esté en la esencia del lugar. Se trata de la cifra, el número origen de la música y el canto, quizás antes del habla; del código como el adn o la ordenación de los planetas, como la disposición de los ceros y unos en cualquier programación que se acaba visualizando como una imagen. Imagen en movimiento como la imagen del cielo desde la tierra, por la horizontalidad del espacio y la necesidad de desplazarse para poder contemplarlo completo, aunque a la vez inabarcable, como el número de piedrecillas rastrillables que lo componen y que también en su conjunto adquieren formas, geometrías. En los tiempos de la tecnología y la red, Ryoanji aparece como una especie de arqueología del código libre, del subconsciente del lenguaje compuesto por una serie indeterminada de elementos no numerables al que García Calvo gustaba llamar “pueblo”. Y puedo asegurar que el número de escolares que accedieron durante esas 2 horas a este jardín seco eran innumerable, como las piedras, y que más allá de esa fantasía de adolescente fascinado, no había nada delante que no hubiera atrás, y viceversa, como un reflejo, quizás imagen, de allí donde nace el lenguaje, el ritmo, la respiración.