Los hermanos Marx se fueron a la ópera y yo quedé para ir a un sitio de Yakitori (o pinchitos de pollo – y otros animales varios – asado) con Yumi, Keiko y Fernando. Antes de proseguir dejadme que os recomiende su libro: «Japón, un viaje entre la sonrisa y el vacío«. No es que me haya gustado a mí, que me encantó, sino que debo decir que a mi madre, dura crítica donde las haya, capaz de sentenciar un libro en la primera página, la ha enganchado, señal de que si os lo leéis os lo pasaréis realmente bien.
El sitio de yakitori está en las calles cercanas a la estación de Ueno. Aunque dentro de lo que es el lugar hay una larga barra donde sentarse a comer pinchitos y beber cerveza o shouchuu con hoppi , y desde donde se puede ver la cocina y la gente preparando la comida, para mí lo más divertido está en quedarse en la calle.
Aquí en estas mesitas tan pequeñitas con sus banquitos y al lado de otra gente con ganas de pasarlo bien siempre pasan cosas y siempre surgen momentos interesantes en las conversaciones con los desconocidos.
Teníamos a un lado una familia de primos y sobrino universitario con mucha curiosidad por saber de donde éramos los dos occidentales.
A otro lado un grupo de compañeros de trabajo, algo muy común aquí es irse de borrachera con tu jefe y tus compañeros al acabar la jornada, acompañados de un señor de 81 años desde mediados de los años 40 hasta el 87 estuvo conduciendo uno de los trenes bala que cubría la línea Tokyo-Shin-Osaka. ¿Y por qué tengo tantos detalles de la vida de este hombre? Porque me lo contó unas 15 veces, si a la primera no cogí un detalle me sobraron ocasiones para cogerlo todo, hasta para memorizar algunas partes del discurso del señor. 81 años, una mochila llena de fotos de amigos, de folletos y un libro en el que aparecía de joven, y un pedal considerable y todo eso a su edad, aunque le fallaba el equilibrio en tal pequeño banquito hay que reconocer que estaba hecho un chaval.
En el restaurante: carne de caballo (no muy rica por cierto), pinchito de piel (rico), yakitori del normalito (muy rico), calamares asados (increíbles), cerveza y eso tan curioso llamado Hoppi solo apto para los valientes (no para mí en ese momento en el que conocía mi destino al día siguiente en la casa del chico del couchsurfing, sí, el que se levantaba a las 4 de la mañana @_@ ). El Hoppi, una bebida no alcohólica con sabor a cerveza que se mezcla con el shouchuu, una bebida destilada tradicional japonesa a partir de arroz, cebada o batata, en algunas ocasiones se utilizan otros ingredientes. La mezcla no tiene compasión alguna con aquel que lo bebe.
Y así, entre risas y gritos, y planes para abrir un local de ramen, takoyaki y gioza en España con la esponsorización del Shachou (presidente) del grupo de la mesa de al lado, y habiendo designado como Kachou (el jefe de sección) a Fernando, acabamos nuestra noche en el yakitori.
Jet Lag 3
Esta muchacha, Rosa, dice en su blog algunas verdades, pero se calla
otras. Cierto, estuvimos allí, ella, con madre de Añora, un servidor,
que es de Villanueva del Duque (embajada de Los Pedroches en Tokio
para cuando?), Keiko y una japo amiga de la señorita Rosa. Cierto
también que estuvimos en una taberna, que se diferencia de las
cordobesas en que los camareros son simpáticos y graciosos, los de
Tokio, se entiende. Las tabernas aquí tienen tapas, cierto también, en
la mayoría de los casos, pinchitos. Y ahí comienzan las verdades que
se calla por bondad natural, prudencia y amor al mundo nipón (como se
nota que no ha oído hablar de Pearl Harbor ni de Nanking ni de la
película Onibaba de Kaneto Shindo). En primer lugar el caballo no
estaba regular, el caballo era intragable porque nos engañaron y nos
pusieron pony, que ya sabéis que tienen más mala leche por eso de ser
chiquitillos y le sale el estrés cuando los sirven en tapas.
Luego está el asunto de los pinchitos de vaca, que no era vaca, sino
vaco viejo, que diría Domínguez. Tampoco dice nada la comedida Rosa de
una tapa de pinchitos que nos trajeron que no habíamos pedido y que
era carne de dudoso aspecto, demasiado pellejo y que al echársela uno
en la boca querría ser perro de aquellos que había en las siestas de
los pueblos, que se alimentaban de moscas. Sólo así se podía
justificar aquel bocado. A mí no me engañan, querida bloguera, aquello
no era carne magra, aquello era picha de caimán.
Luego está el asunto del abuelo de 81 años conductor de shinkansen o
tren bala. Omite Rosa que el hombre sigue en activo, y lo demostraba
saludando, lo que explica el mareo que pillé
cuando me monté para ir a kioto. Y omite también que sus compadres lo
pusieron de hoppy (léase el enlace) hasta el culo y que tuve que
recogerlo del suelo 4 veces, caído de culo desde el taburete. Menos
mal que estos abuelos japoneses son de goma porque si fuera español
estaba en el hospital con la cadera rota, que luego llega la mujer del
vecino de cama del hospital y te dice que es al revés, que seguramente
(tu padre, tu abuelo, este abuelo) se cayó porque se le rompió la
cadera sola, y la enfermera asiente y dice que es falta de calcio.
Váyanse ustedes dos a la mierda!! Total, que como los que cuidaban
de´él estaban más borrachos todavía, yo era el encargado de levantarlo
del suelo y volver a meterle en la cartera sus folletos de tren, que
los iba repartiendo como si el shinkansen llevase publicidad. Y sus
amigos, Rosa? ¿por qué eres tan buena con ellos? Además de borrachuzos
que les entusiasmó lo de la siesta, decían dedicarse a hacer un
«Travel Magazine», es decir, una revista de viaje. Y luego resultó que
editaban un folleto (de 300 páginas, es verdad, pero folleto) con el
horario del shinkansen todos los días del año!!! ¿Eso es una revista
de viaje? Entonces un listín con los nombres de los jubilados que
miran obras es un estudio antropológico. No querida Rosa, di toda la
verdad sobre Japón, no te guardes nada. Esto no es paraíso, al menos
para los ponys, pero es verdad que borracho de Hoppy habla uno japonés
por los codos y come picha de caimán como si fuese salmorejo.
Ah, se me olvidaba, al abuelo se lo llevaron sus amigos montado «a
colombrillos» que dicen en mi pueblo, como si fuese un niño chico al
que le había entrado el sueño. Y yo, al día siguiente, en el examen de
japonés que tuve por la mañana, me acordé de la hoppy y de su p…
querida Rosa,la proxima vez nos comemos unas tortillas de patatas alejados de los borrachuzos! un beso.
Muchas gracias Fernando por contar los detalles que yo por discreta no me atreví, así como el indiscreto eres tú al final el resultado es perfecto, completo, y mi reputación queda intacta.
Me ha encantado su crónica y me alegro de que mi manager se lo enseñase, que a mi no me había dado tiempo a comunicárselo. Le apunto lo de la tortilla 🙂
Posdata
El pinchito de perro (según Fernando) estaba rico. Que no quiere decir que se parezca al lomo de orza que hacía mi abuela pero estaba bien rico. Para las demás historias (como las tres veces que levantamos al abuelo del suelo) sigo ateniéndome al derecho de discreción, sobre todo ahora que Fernado conoce el blog y puede hacer los apuntes. Y añado, cualquier abuelo borracho que se cae tres veces de la silla y no se rompe la cadera no es que merezca mi silencio sino que se gana tanto el salir en colombrillos por la puerta grande, como una estatua en Shibuya al lado de Hachiko cuanto menos.