Por fin dos días dejándome, ya tocaba. En la recta final del viaje había quedado con mis amigas Yôko y Yumi para pasar unos días de turismo y onsen. Lo cierto es que no supe muy bien a dónde me llevarían porque tras unos cuantos cruces de correos cambiando planes desistí preguntar los pormenores y simplemente dejarme llevar. Al final es la misma sensación de cuando caminas perdido por Japón, esa historia de no saber casi nunca muy bien dónde estás y sólo encontrarte de vez en cuando.
El plan resultó ser un día en los alrededores de Hakone, y al día siguiente en Kamakura nos encontraríamos con la tercera “Y”, Yasu, un amigo de Yumi que conocía perfectamente la ciudad y haría de Cicerón.
Hay algo que me encanta de las excursiones en tren en Japón, las comida de las estaciones. Un must de los desayunos de Japón son los onigiris, esos bocatas a estilo japonés donde el pan es el arroz y el alga y el interior es el relleno de atún con mayonesa, el salmón a la plancha, o la pasta de umeboshi entre otros. Además, hace ilusión coger un “ekiben” (obentô de estación) y empezar a comerlo nada más sentarte en tu asiento. Las estaciones en Japón, ya lo he comentado en numerosas ocasiones, son unos lugares estupendos donde siempre hay souvenirs, especialidades culinarias de la zona, tentempiés, bebidas … cualquier cosa que te permita viajar satisfecho y con la posibilidad de quedar bien con tu familia, tus amigos o tus compañeros de trabajo al volver del viaje. Así que nuestro ekiben del trayecto lo cogimos en la estación de salida antes de subir al tren.
Con Yumi y Yôko nos encontraríamos en la estación de Odawara, en la cual las lugareñas reunidas para tomar café nos asaltaron curiosas para enterarse de todos los pormenores de nuestro viaje, de nuestros orígenes, de nuestros planes. También nos contaron sus experiencias en alguna ocasión en España, concretamente en Mallorca, en su escapadas sin maridos a ver a una amiga que pasaba allí una temporada, y claro, ya puestas me cogieron la barriga sin ninguna vergüenza. ¿Vosotros sabéis por qué? Yo tampoco, pero al ver que tenían de donde agarrar solo me quedó la salida de decirles que desde que había llegado a Japón había estado comiendo mucho. Encantadas de que la gaijin amenizase la mañana y además elogiara su gastronomía, arrancaron a reir. A quien tenga la idea de que los japoneses son autistas y no comunicativos les invitaría a visitar lugares distintos a Tokio y se relajasen un poquito, seguro que cambiaba de opinión.
De Odawara a Hakone-yumoto se coge el Hakone Tozan Densha, el tren de montaña más antiguo de Japón que circula desde allí hasta Gora (un pueblo también conocido por sus onsen, y lugar donde pasé algunos días durante los días anteriores a Año Nuevo durante el invierno del 2009/2010). Este tren circula por un paisaje digno de las películas de Miyazaki, escalando la montaña (tozan significa subir montañas, alpinismo) y dejando pasajeros deseosos de entrar en aguas sulfurosas de la zona por el camino.
Para llegar de Hakone-yumoto a nuestro onsen, el Sengoku Hara Onsen (仙石原), aún tendríamos una media hora larga de bus desde allí por la carretera de montaña. La luz entrando por los árboles, los árboles estirados hacia arriba, los bosques de bambú, los saltos de agua y los puentes cruzando el río son lo que te tiene alucinado durante todo el trayecto.
En Sengokuhara Onsen teníamos una habitación de grupo, con una zona de tatami para futones y dos camas, nuestros sofás, gran balcón, y por supuesto una cestita de herramientas esenciales para el perfecto onsen-adicto que incluía un yukata y una toalla. Las zapatillas ya estaban colocadas a la entrada de la habitación en la dirección correcta, unas mirando hacia dentro para estar en la habitación y otras mirando hacia fuera para ir a la zona de baños. Y en el lobby del hotel una pequeña tienda de delicadezas japonesas, snacks dulces y salados con muestras en unas pequeñas cajitas con tapa para probar. Desde luego un buen lugar para probar.
Por mí me hubiese metido en remojo inmediatamente pero ese no era el plan que mis amigas tenían para nosotros. Antes había que ir “al infierno”, un lugar de la montaña en el que brotaba agua sulfurosa y humo de las entrañas de la tierra y en cuyo calor cocinaban los kuro tamago (o huevos negros), y que son igual que los huevos duros normales, solo que hechos en agua con azufre y cuya cáscara se vuelve zaina ya no sé si por el calor o por todo las sustancias que contiene ese agua.
Desde ese lugar se puede tomar un teleférico que conduce a un lago, es la última parada y se llama Togendai. Las cabinas viajan por encima de los árboles y van bajando la montaña mientras ves como te acercas poco a poco a sus copas. Entre las vistas y la banda sonora en directo de dos viejecitas cantando una canción popular sobre Hakone en nuestra cabina, no pude evitar acordarme de los paisajes de la Princesa Mononoke.
Abajo, en Togendai hay un lago enorme, Ashinoko (芦ノ湖) y desde donde parece ser que cuando él quiere puede verse el Monte Fuji. A nosotros se nos escapó durante todo el viaje, no eran los días para verlo.
Aunque sólo eran las cinco y media de la tarde, el pueblo más cercano al lago estaba cerrado por vacaciones. Era raro pero ni los restaurantes, ni las cafeterías, ni siquiera la pequeña terminal de barcos de donde parten los cruceros por Ashinoko. Nada estaba abierto, y solo nos cruzamos con un equipo de televisión que estaba grabando las aventuras de dos chicas que iban visitando la zona y comentando lo que se encontraban por ahí.
De vuelta tomamos el último bus hasta nuestro onsen, y ya casi de noche llegamos a la habitación. Por fin había llegado el ansiado momento, era hora de darse un largo baño en el onsen. Después del largo baño, partido de fútbol en la tele, cerveza Asahi y snacks japoneses (incluído pescado y calamar seco cubierto con salsa). Aún me quedaba una segunda oportunidad, por la mañana volvería al onsen, y es que no se me ocurre una manera mejor de empezar el día.
El desayuno del hotel era estupendo, buffet japonés: sopa, tofu de diferentes formas, verduras asadas, arroz, pescado asado, tsukemono (encurtidos), fideos … un festival. Arrancamos el día disfrutando de nuevo del festín y con el apetito propio de quien pasa un rato en remojo. Pero había que ponerse en marcha pues en Kamakura nos estaba esperando un amigo de Yôko y Yumi, Yasu (la tercera i griega).
La vuelta en bus volvía a enseñar un paisaje de anime. Montaña abajo entre los árboles estirados al cielo y de puente en puente cruzando pequeños ríos nos íbamos acercando al mundo, y así hasta llegar a la estación de tren.
Un rato después en la estación de Kamakura nos unimos a nuestro Cicerón particular y comenzamos el camino por la calle de tiendas más emblemática de la ciudad, Komachi-dori. Como buenos japoneses, oriundos y adoptivos, fuimos parando de tienda en tienda para probar. Y al final el lugar de la experiencia pre-almuerzo fué una magnífica copa de Matcha tofu con azuki.
El primer lugar visitado fue el santuario sintoísta Tsurugaoka Hachimangu, el más importante de la ciudad. En año nuevo es uno de los puntos más populares para realizar la primera visita y se organizan largas colas para rezar y empezar el año con buen pié. Además es el lugar donde se realiza la exhibición de Yabusame, o tiro con arco a caballo, y ello ocurre entre el segundo domingo de marzo y el tercero de abril.
Cerca del templo cogimos un autobús para ir hasta Hokokuji o Takedera (el templo del bambú).
Este templo cuenta con un bosque de bambú impresionante y una casita de té en la que, por el precio de la entrada al templo, puedes disfrutar de un matcha con dulce contemplando las cañas de bambú en una especie de pantalla verde mágica.
Y una visita a Kamakura no es tal si no se vé el Gran Buda.
En su salida seguía estando la misma tienda con ese cartel retro en la que hace más de 7 años compré mi tetsu furin (campanilla de viento de hierro). Por fin, a las cinco de la tarde ya era hora de ¿almorzar? y retirarse.
La vuelta en tren y la despedida casi suponía el fin del viaje, un día más y volveríamos a España. Las tres i griegas planteándose dejar el trabajo para viajar a España y en el tren risas y conversación animada. Que suerte poder compartir el tiempo con amigos así.