Mi primer contacto con el ikebana fue en la escuela de japonés pocas semanas después de aterrizar en Japón. Me apunté a un taller de una tarde en el que, mezcla de mi falta de comprensión del idioma y de las múltiples reglas de las que constaba la escuela de ikebana que íbamos a emplear, no logré comprender bien lo que me estaban explicando aunque disfruté mucho .
También leí hace ya algún tiempo «Ikebana, el arte floral japonés» de Rikako Yano. Es muy interesante ver los orígenes, la diferencia entre escuelas, las principales técnicas, el personalidad de las flores y las herramientas que se utilizan. Su complejidad me dejó una sensación de cierta falta de flexibilidad o de libertad a la hora de trabajar con las flores.
Sin embargo hace unos meses a través de las averiguaciones de Ignacio Collado supe de una escuela de ikebana llamada sôgetsu 草月流 fundada en 1927 por Sofu Teshigahara y que en la actualidad es dirigida por Akane Teshigahara, su nieta. Su fundador propuso el ikebana como un arte creativo de forma que cualquiera pudiera disfrutar de su práctica en cualquier momento, lugar y forma.
Sin tener experiencia en ikebana, me da la sensación de que esta escuela está mucho más cerca de esos orígenes populares del mismo. Se cuenta que la base del ikebana se remonta al siglo XV, cuando un sacerdote budista observaba cómo los fieles llevaban en ofrenda ramos y flores al templo, descubriendo que según fueran los motivos que tenían para ir arreglaban las flores de una manera u otra. El sacerdote, Ikenobo Senkei comprendió que quien iba al templo a pedir salud, el que iba a pedir un esposo para sus hijas, fertilidad para tener hijos, una buena cosecha o prosperidad para su negocio entregaba las flores arregladas de una forma distinta. La gente de a pié establecía sus códigos en función de la petición que fuesen a hacer.

Instalación con 3 frutas (pomelo, naranja y kumquat) en la exposición de la escuela en Kanagawa, enero de 2014
Lo que distingue al ikebana del simple uso decorativo de las flores es la atención prestada a las plantas, a sus recipientes, a la colocación de las ramas y los tallos e incluso al espacio que los rodea. Estos aspectos varían según la escuela que se siga, pero la escuela sôgetsu cree que cualquier persona puede hacer ikebana en cualquier lugar, y lo que es más interesante, con casi cualquier material y es esa libertad la que me resulta fascinante.